jueves, 11 de noviembre de 2010

Navidad. Prospecto Generación X (II)



La fiesta de Nochevieja fue una puta locura, ni se los tipos de drogas que llegué a consumir. Otro año más me quedaba sola, así que me apunté a la fiesta de un colega que las suele organizar muy curradas. Fue muy divertido, me planté allí sola y me hice un hueco entre punkis, rastas y pijos bohemios, toda una colección de tribus. Ernest, 40 años, era como Thor pero vestía como un puto vagabundo, con su melena rubia desaliñada y esa pinta de bruto que nunca me deja indiferente; tardé dos días en aprenderme su nombre, no le pegaba nada; John, 30 años, alto, moreno y delgado, con un aspecto bastante normal, o más bien normal para lo que allí se veía; se moría por coger mi culo y estrujarlo entre algo más que sus manos. Los dos estaban bastante bien dotados, como pude comprobar más tarde. No sé cómo acabamos los tres a las 11 de la mañana en mi casa, bebiendo cerveza y pintando tiros de farlopa sin parar. Entre ellos hablaban en inglés, así que yo me enteraba de más bien poco, pero no fue importante durante los días que nos tiramos follando sin parar; felicidad absoluta. Se fueron una mañana temprano y nunca más les volví a ver; fue perfecto.

Aquella tarde llegó Juan, un chico gallego con el que llevaba apenas un mes enrollándome y que ya se creía que éramos novios. Se quedó dos o tres interminables días; después de la maravillosa experiencia de año nuevo no podía soportar sus infantiles gracias ni su monótona forma echar polvos, tocándome las tetas con el dedo índice, como si estuviera llamando al ascensor; me daban ganas de soltarle una ostia cada vez que abría la boca. Aún lo recuerdo con repelencia, aunque era buen chaval, pero no para mí. Disfruté mi soledad, aliviada, cuando se fue.

El día de reyes salí al vermú con mi amigo Fran, uno de mis colegas hermanos, le llamábamos el ratón porque siempre tenía algún tipo de alimaña en casa, le encantaban los animales, las plantas, y la música psicodélica de los 70. Siempre era un apoyo en mis crisis de mujer fatal; cuando me sentía como un témpano de sentimientos y alejada de todo, él estaba ahí con sus sentimientos despechados por aquel amor que un día le rompió el corazón, al parecer para siempre. Por supuesto después de aquellos cinco días yo necesitaba hundirme en el abrazo de un hombre con letras mayúsculas, así que tiré de churriagenda y llamé al mejor de mis amantes, Pedro, una versión actual de Bogart con un humor bastante peculiar, capaz de hacerme reír tanto como de disfrutar de buen sexo; con él me sentía mujer, y bella, y deseada, pero sin más miramientos, justo lo que necesitaba. Habría estado bien poder encontrarle, pero no estaba disponible, así que me emborraché con Fran hasta la noche. Estábamos en aquel garito que tanto frecuentábamos desde hacía años, junto a la plaza Mayor, cuando aparecieron un grupo de colegas, nos invitaron a unos tiros de spid y se tomaron unas copas con nosotros. Entre ellos estaba Julio, el que fue el gran amor de mi vida; lo supe a la mañana siguiente cuando salió temprano de mi casa para alejarse varios cientos de kilómetros hasta la que entonces era su casa, y lo sé ahora, tantos años después. Él lo supo más o menos a la vez que yo, así que volvió, y volvió, y se quedó… y un día se fue.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Lujuria

Te miro, pícara, con ojos de deseo, con mi media sonrisa maliciosa y mordiéndome el labio, mientras sujeto tu cabeza que lucha por girarse para no verme, para no mirar el miedo de perderte en mí, en el brillo de mis ojos. Mírame, mírame, mírame por favor..., te suplico en un susurro agotador, como si fuese el último aliento que sale de mi boca. Nos reímos locamente, felices, como borrachos el uno del otro ; qué miedo, pero qué bien.
La calle está mojada de lluvia y el cielo envuelto en nubes, gris y luminoso; tan sólo un pequeño hueco por donde el sol se abre camino y llega hasta el fondo de mi casa, hasta tu cara; me descubro mirando las escamas de tus ojos. Otra vez la risa.