miércoles, 24 de febrero de 2010

Tierra y mar

Cruje la madera con el suave movimiento del balancín. La tarde lluviosa va dejando paso a un anochecer sosegado, de un fresco suave como es normal en otoño; huele a tierra mojada y a mar, una combinación que me resulta perfecta en su sencillez, llena de armonía y extraña sensación de vida en dos elementos inertes en sí mismos, la tierra y el agua.

Se respira calma en toda la extensión de playa que se ve. No hay rastro de persona alguna, solo yo permanezco aún aquí, tumbada entre cojines bajo el porche, con el libro cubriéndome el vientre, y observando el pausado movimiento de las nubes; parece que escampa, puedo distinguir los últimos rayos de sol perderse en el océano.

Debí cerrar los ojos un segundo y dormirme, porque cuando los abrí era noche cerrada, las luces de la casa iluminaban mi cuerpo, y una musiquilla sonaba a lo lejos, apenas perceptible tras el sonido abrumador y balanceante de las olas que rugían suave pero intensamente. Puse más atención en lo que oía; un instrumento oriental, cuyo nombre desconozco, me hizo pensar que tal vez una geisha tocaba melodiosamente allí dentro. Lo extraño es que en tales circunstancias me pareció de lo más normal. Un escalofrío me hizo volver a la realidad, me levanté despacio, mirando melancólica hacia la inmensidad de la noche. Es hora de regresar.

1 comentarios:

samsa dijo...

suena muy onírico..., como una ensoñación. además hablas de un rato en el que el personaje está dormido asi que lo consigues. chulo. me gusta